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Epidemias y la política de extinción: el caso de los yanomami de la Amazonía Brasilera*

Alcida Rita Ramos **

*Versiones más extensas de este trabajo ya fueron publicados en la Série Antropologia (1993) del Departamento de Antropología de la Universidad de Brasilia, y en Bartolomé (1996).

**Universidad de Brasilia.

 

Destino manifiesto a la brasilera 

Los vacíos demográficos son uno de los temas más comunes y resistentes de la ideología brasilera sobre soberanía nacional  y tiene su epítome en la región amazónica.  Su carácter de «área de frontera» ha tenido consecuencias serias para los pueblos indígenas que allí viven. Así como las tierras amazónicas aparecen como una inmensidad geográfica vacía, sus habitantes indígenas también se piensan como existencias ociosas, invisibles a la lógica expansionista de los «civilizados». De esto deriva que la toma ilícita de territorios nativos no es vista como una invasión, sino como una ocupación natural –y hasta obligatoria– por parte de frentes nacionales de colonización que quieren extender sus fronteras demográficas y económicas. Como si fueran tierras de nadie, las áreas indígenas son objeto de especulaciones en los grados más variados de ilegalidad que casi siempre permanecen impunes. Al ser interpretada por los blancos como un indicio de que los indígenas están desapareciendo e, inevitablemente, se extinguirán por completo con el avance de la civilización, la baja concentración demográfica que caracteriza actualmente a las poblaciones indígenas de la Amazonía –en contraste con los relatos de los primeros exploradores de la región[1] y con los descubrimientos arqueológicos[2] de los últimos años– contribuye con esta «invisibilidad». Aunque los indígenas fueron diezmados de manera asombrosa desde el siglo XVI, la Amazonía brasilera abriga hoy a cerca del 40% de la población indígena que todavía sobrevive en Brasil,[3] o sea, cerca de 340 mil personas pertenecientes a 175 pueblos diferentes. No obstante, esto no cambia en nada el cliché de los «vacíos demográficos». Este fue y continúa siendo el leitmotiv favorito para justificar la invasión de territorios indígenas, simbolizado en el refrán «mucha tierra para poco indio».

¿Quién articula la retórica de los vacíos demográficos y al servicio de quién está esta ideología? Para responder estas preguntas busco identificar los agentes y demostrar que las epidemias de sarampión y malaria, entre otras, han sido instrumentales para convertir la retórica de los vacíos en una situación de facto. Naturalmente, solo puedo demostrarlo por evidencias indirectas, pues moral, ética y políticamente tal proyecto no podría hacerse explícito bajo pena de incurrir en sanciones nacionales e internacionales. La ideología del destino manifiesto, instrumento decimonónico declarado por norteamericanos[4] y argentinos[5] para expulsar a los indígenas de sus codiciados territorios, ya cayó en desgracia. En la coyuntura actual, el horizonte de los derechos humanos se amplió más allá de las fronteras regionales y nacionales, y cualquier intención de aprovecharse de choques epidemiológicos para eliminar a  poblaciones indígenas, entendidas como obstáculos para el progreso,[6] sería impronunciable. El caso de los yanomami en Brasil es ejemplar para un análisis de la retórica de los vacíos, de los efectos de las epidemias y de la dialéctica del proceso histórico por el cual ciertas acciones ya traen en su interior la posibilidad de reacciones contrarias. En primer lugar, veamos a quién le interesa proponer la existencia de los «vacíos demográficos».

Pestilencia y conquista 

La Amazonía siempre fue un foco de atención de los militares desde el tiempo del Brasil colonial.[7] Pero, en la historia reciente, fue después del régimen militar que las Fuerzas Armadas concentraron sus esfuerzos para conquistar la hegemonía política de la región.

En 1985, primer año de gobierno civil después del golpe de estado militar de 1964, se elaboró el proyecto Calha Norte, un plan ambicioso de ocupación y desarrollo de la Amazonía, resultado de las preocupaciones geopolíticas y nacionalistas del Consejo de Seguridad Nacional. Este proyecto, gestado en absoluto sigilo (filtrado clandestinamente al público en 1986), expone claramente la visión militar sobre la Amazonía. En este plan no está ausente la preocupación con «el inmenso vacío demográfico de la región, el ambiente hostil y poco conocido, la gran extensión de área fronteriza escasamente poblada, así como la susceptibilidad de Guyana y Surinam a la influencia ideológica marxista»[8].Todos estos factores, a los ojos miopes de aquellos militares, hacían vulnerable la soberanía nacional. Pero no era eso lo que preocupaba a los generales de los años ochenta. Por ser una extensa región poco explotada en la frontera y «prácticamente habitada por indígenas» exacerbaba el problema. El general Rubens Bayma Denys, por entonces secretario general del Consejo de Seguridad Nacional, dijo que la fuerte presencia indígena podía generar conflictos fronterizos, además de contribuir al «antagonismo entre el bloque occidental y el oriental en la parte norte de América del Sur».[9] La insidiosa asociación entre guerra fría y presencia de pueblos indígenas adquirió fuerza de verdad y pasó a justificar la subordinación al Consejo de Seguridad Nacional de todos los grupos indígenas que vivían en el área fronteriza de 150 km entre Brasil y sus vecinos al norte. El proyecto Calha Norte hace referencia directa a los yanomami, insinuando que ese pueblo tendría el potencial de organizarse en un estado independiente, congregando su población de ambos lados de la frontera «a costa del actual territorio brasilero y venezolano –un Estado Yanomami».[10] En una parte de su texto, el general afirma que los yanomami en Brasil serían una pequeña población de 7.500 indígenas. Inmediatamente después se contradice y habla de «numerosos contingentes». Si son tan numerosos, ¿dónde están los vacíos demográficos? Es necesario inventar los vacíos demográficos allá donde las evidencias dicen que no existen. Declaraciones frecuentes de militares y de civiles mantienen la falacia de los grandes espacios vacíos en el territorio yanomami así como que esos indígenas tienen demasiada tierra.[11]

Si, por un lado, tal postura defiende el vacío que justifica la ocupación de esas tierras por forasteros, por otro, también reconoce que hay una presencia indígena significativa en la región. Pero, en lugar de considerar esa presencia indígena como una ocupación demográfica legítima, esta actitud ve a las poblaciones indígenas como enemigas de la nación brasilera y por ello son objeto natural de conquista. El efecto perverso de esta actitud es el resultado de un componente de auto-confirmación (self-fulfilling prophecy) que le es inherente; o sea, con muy poco esfuerzo, el vacío inventado podrá pasar a ser un vacío de hecho si, simplemente, se le deja a la pestilencia exógena cumplir su papel. Recordemos el ejemplo mexicano: «Verdadera quinta columna, la viruela devastó a los defensores de Tenochtitlán, permitiendo que Cortés y sus seguidores capturaran la ciudad».[12] Sea viruela, sarampión, malaria, gripe común o cualquier otra pestilencia exógena, el contagio siempre fue la mano derecha de los conquistadores de América.

Domesticar el caos creando más caos

Ahora veamos como la estrategia política de la era militar fue puesta en práctica en el caso de los yanomami. El proyecto Calha Norte incluía la construcción de cuatro batallones de frontera y siete aeródromos en territorio yanomami. La justificación para ese aparato militar era, inicialmente, mejorar el control de la zona fronteriza y la manutención del orden en el proceso de colonización del área. El embuste de esta retórica surgió cuando las Fuerzas Armadas omitieron prevenir y controlar las actividades desordenadas e ilegales de millares de garimpeiros que, a partir de agosto de 1987, invadieron las tierras Yanomami.[13]

En 1986, la Fuerza Aérea amplió una minúscula pista de aterrizaje en el corazón de las tierras Yanomami, en un local conocido como Paapiú, en plena selva tropical del estado de Roraima. De un pequeño rectángulo de 300 metros de largo, hasta entonces utilizados por avionetas monomotor de la Misión Evangélica de la Amazonía (MEVA) y de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), la pista del Paapiú creció hasta medir casi mil metros; los cien metros, a lado y lado de la pista, pasaron a ser área de seguridad nacional. Por eso, los yanomami fueron obligados a demoler su maloca que mucho antes, por casualidad, habían construido dentro de esos cien metros.

Sin ningún plan para construir un batallón en ese lugar, los militares se fueron de allí apenas completaron el trabajo, dejando atrás los escombros de la maloca, un puesto de la FUNAI mal equipado y una atractiva pista de aterrizaje de casi un kilómetro de largo. No es de admirar que, pocos meses después, la pista fuera invadida por centenas de garimpeiros en busca de oro. En dos años, el número de invasores había aumentado a casi 50 mil, unas ocho veces el tamaño de la población Yanomami del estado de Roraima. Desde Paapiú los invasores se dispersaron por casi todo el territorio Yanomami en Brasil, atravesaron la frontera y se fueron a Venezuela a explotar oro.

Mientras los garimpeiros provocaban un colapso en la subsistencia de los indios e introducían epidemias de malaria devastadoras –enfermedad hasta entonces virtualmente ausente en la región del Paapiú–, médicos, misioneros católicos y antropólogos que trabajaban con los yanomami fueron expulsados del área o impedidos de entrar en ella. Durante dos años no se pudo saber nada de lo que ocurría allá. Los yanomami fueron totalmente privados de los servicios de salud justamente cuando más los necesitaban, pues las epidemias de malaria y otras molestias traídas por los garimpeiros comenzaban a propagarse por las comunidades, como fuego salvaje, en pandemias letales. Algunos periodistas lograron infiltrarse en el área y trajeron imágenes, fotos y videos de desnutrición aguda: hombres, mujeres y niños esqueléticos, como ya nos acostumbráramos a verlos, sobre África, en noticieros, cadáveres de yanomami abandonados por los caminos de la selva, garimpeiros arrogantes distribuyendo remedios y enlatados a los indios mientras se burlaban de ellos, comparándolos con los micos.[14]

En junio de 1989, después de un torrente de malas noticias acerca del estado de salud de los yanomami y los desastres ambientales causados por la minería, una comitiva de Acción por la Ciudadanía –grupo constituido por parlamentarios, miembros de la iglesia, representantes de asociaciones científicas y ONG– fue a Roraima para obtener informaciones de primera mano.

«¡Esto es un Vietnam!», exclamó uno de los parlamentarios ante la visión apocalíptica de aviones y helicópteros en constante circulación que saturaban la pista del Paapiú con un ruido infernal y sin tregua. Aquel largo terreno de barro de casi un kilómetro, surcado continuamente por aeronaves y tractores que exhalaban fétidos vapores, recorrido por olas constantes de peones, empresarios, comerciantes, prostitutas y yanomami de ambos sexos y de todas las edades, servía de escenario para uno de los capítulos más trágicos de la corta historia del contacto de los yanomami con el mundo de afuera. Sus cultivos fueron transformados en grandes cráteres abiertos con chorros de agua, sus vías de comunicación en la selva fueron cortadas por otros tantos cráteres, aislando a las comunidades entre sí. Los animales de caza huyeron del ruido ensordecedor, los peces murieron debido al barro y al mercurio. Si Paapiú es el epítome del desastre que se derrumbó sobre los yanomami, encarnado en aquello que fue descrito como un «far west aéreo»[15], las casuchas devastadas del puesto de la FUNAI eran la síntesis de la connivencia oficial con ese desastre. Lo que había sido la farmacia se volvió un basurero, con vidrios rotos desperdigados por el suelo de tierra pisada, jeringas desechables expuestas a cualquier mano, libros de registro amontonados en la polvareda, en una atmósfera de saqueo y agresión.

En Boa Vista, la comitiva parlamentaria entrevistó a los oficiales del ejército responsables por el proyecto Calha Norte en Roraima. Se hicieron preguntas sobre las atribuciones y responsabilidades por parte de los organismos oficiales que operaban en la región. El comandante del Batallón Especial de Fronteras (BEF) estimó en cerca de 50 mil el número de garimpeiros trabajando en el monte y de 80 a 100 mil en la ciudad de Boa Vista,[16] lo que representaría muchas veces el tamaño de la población yanomami. Siendo así, dijo el coronel, era imposible la retirada por la fuerza de los garimpeiros. El hecho es que existía oro en una «cantidad compensatoria», de manera que era necesario encontrar un modo de continuar con la explotación.

Romero Jucá Filho, hoy senador de la república, era entonces el gobernador de Roraima y acababa de salir de la presidencia de la FUNAI en Brasilia. Su gestión en la FUNAI fue notoria por sus acciones anti-indígenas, como, por ejemplo, la venta ilícita de madera de áreas indígenas en Rondonia. Mientras fue gobernador de Roraima, Jucá alentó abiertamente la entrada de garimpeiros al área Yanomami, ejecutó las órdenes de los militares al prohibir la entrada en la región de investigadores y ONG, y elaboró un plan para disciplinar las actividades mineras cuando estas ya habían producido daños considerables al medio ambiente y a las comunidades Yanomami.

El coronel del BEF prosiguió su explicación a los miembros de la Acción por la Ciudadanía, diciendo que el gobernador Jucá tenía planes bien definidos para administrar la minería en tierras Yanomami. El proyecto Meridiano 62, idealizado por Jucá, contemplaba la organización de la minería dentro de las pequeñas islas reservadas a los yanomami (Albert 1992; Ramos 1995) por el proyecto Calha Norte, pues los yacimientos «son un hecho consumado». El área restante, o sea, los corredores entre las islas, sería administrada por la compañía estatal de desarrollo de Roraima, Codesaima, que subcontrataría otras empresas para la explotación de minerales (no solo oro, sino también casiterita). Las regalías generadas por esos emprendimientos serían revertidas a la FUNAI que, luego, se las repartiría a los yanomami.[17]

Todo el conjunto de hechos, a partir de 1985, apunta hacia una misma dirección, o sea, a la conquista de las tierras Yanomami para propósitos de explotación económica: la instalación del proyecto Calha Norte; la ampliación de la pista del Paapiú invitando a la invasión; la falta de acción y el consentimiento tácito de los poderes constituidos a la minería ilegal; la fragmentación del área Yanomami en pequeñas islas separadas; el cierre del área a aquellos que hasta entonces venían trabajando en la protección cultural y sanitaria de los yanomami; la elaboración del proyecto Meridiano 62, contemplando la continuación de la explotación minera y la instalación de la minería industrial.

Oro y muerte

Hay que tener en mente que, a partir de la mitad de los años setenta, cuando fue realizada una prospección detallada de los recursos minerales de la Amazonía por parte del proyecto Radam Brasil, prácticamente toda el área Yanomami del lado brasilero pasó a ser objeto del deseo de un gran número de compañías mineras estatales y privadas.[18] La dificultad de acceso al área, las oscilaciones del mercado internacional del oro y la casiterita y la visibilidad de los yanomami en el circuito internacional de los derechos humanos fueron algunos de los factores que enfriaron el ímpetu de las empresas mineras por invertir directa e inmediatamente en esta región, aunque se mantuvieron en compás de espera.

No sería descabellado plantear la hipótesis de que la instalación de los militares en el área Yanomami sirvió como punta de lanza para abrir camino a la invasión desenfrenada y letal de miles de garimpeiros. A su vez, el asalto minero crearía las condiciones políticamente favorables a la entrada de grandes empresas mineras que, entonces, asumirían el papel de agentes racionales, que disciplinan del caos dejado por los aventureros de la minería.[19]

La fuerza política de las grandes empresas mineras no puede ser menospreciada. Aunque la Constitución Federal de 1988 haya traído conquistas significativas para los pueblos indígenas,[20] también abrió espacio para la actuación legal de empresas mineras en áreas indígenas. Con la nueva constitución, la minería de aluvión sigue prohibida, pero la minería industrial en tierras indígenas será permitida mediante la aprobación del Congreso Nacional, después de (apenas) oídas las comunidades indígenas. En última instancia, esas empresas fueron las mayores beneficiarias de la actuación militar y del rastro de enfermedades y muerte dejado por los garimpeiros en tierras Yanomami. En el momento propicio, estas empresas estarían listas para entrar en escena como agentes legítimos del progreso y desarrollo del país.

Entre mediados de 1987 hasta enero de 1990, el auge de la fiebre del oro, se estima que cerca de mil yanomami, o sea, el 14% de su población en Roraima, murieron principalmente por epidemias continuas de malaria.[21] Si consideramos que ese número apenas se refiere a los cerca de 6.700 yanomami que por entonces vivían en el estado de Roraima, tenemos aquí un porcentaje de más de 22% de muertes en menos de tres años (si el mismo porcentaje se aplicara a los 204 millones de brasileros, tendríamos casi 50 millones de muertos).

Pero la saga yanomami no comenzó allí. Esta ganó cuerpo a comienzos de la década de los setenta con la construcción de la carretera Perimetral Norte y con la prospección mineral de la Amazonía. Peones con mala salud, garimpeiros mal preparados y empresarios codiciosos hicieron más estragos en cuatro años, entre los yanomami, que todo aquello que estos tenían en su memoria hasta ese momento, incluyendo los tiempos de guerra con otros grupos indígenas de la región.[22] Durante el primer año de la construcción de la Perimetral Norte, entre 1974-1975, enfermedades infecciosas mataron 22% de la población de cuatro aldeas, las primeras impactadas por las obras.[23] Dos años después, más del 50% de los habitantes de otras cuatro comunidades sucumbieron a una epidemia de sarampión. En el río Apiaú, en el extremo oriental del territorio Yanomami, se estima que cerca de 100 indígenas murieron a mediados de los setenta, quedando apenas 30 sobrevivientes.[24] Desgarrados, acabaron abandonando el área y se juntaron a otras comunidades. En 1992, lo que fueron sus tierras se convirtieron en una gigantesca zona de quemas de más de 30 mil hectáreas transformadas en un proyecto de colonización regional. A su vez, los 60 remanentes de los 102 indígenas que habitaban la región del río Ajarani, en la parte más meridional del territorio Yanomami en Roraima, también se dispersaron, abriendo paso a una intensa ocupación de colonos brasileros. Algunos de estos yanomami viven hoy como agregados en las fincas de esos colonos.

Mientras en las planicies meridionales del territorio Yanomami la Perimetral Norte arrancaba vidas indígenas y exponía a los sobrevivientes a la expoliación, más al norte, en las montañas Parima, comenzaba el interés por los minerales de la Serranía de Surucucus. A partir de un núcleo inicial de ocho garimpeiros en busca de casiterita y del interés esporádico de la compañía minera Icomi,[25] se creó una efervescencia social que llegó a contar con 500 hombres pagados por empresas locales para extraer casiterita. Los pocos meses de actuación de esos garimpeiros generaron conflictos armados con los indios y serios problemas de salud, como atestiguan las fotografías de la época. Los garimpeiros fueron expulsados por el gobierno federal en 1976.[26]

El oro vendría después. En 1980, cuando el mercado internacional alcanzó topes inusitados, cerca de dos mil garimpeiros ocuparon uno de los bordes del área yanomami, en el Furo de Santa Rosa, en el alto río Uraricoera. Los yanomami de aquella región, conocidos como Yanam o Xirixana, no tardaron en sentir los efectos de las epidemias de malaria que se siguieron a la invasión. Esta invasión continuó localizada hasta febrero de 1985, cuando, temerariamente, un empresario de la minería de aluvión reunió unos 60 peones que, vestidos con uniformes del ejército y portando armas automáticas, tomaron por asalto la base de la FUNAI en Surucucus.[27] Pocos días después fueron expulsados de allí por un contingente del ejército que obedecía órdenes anteriores a las dictadas por el proyecto Calha Norte.

Por lo tanto, la voraz fiebre del oro iniciada en 1987 no tomó a nadie por sorpresa. Ya había sido ampliamente anunciada y, por ello, hubo tiempo y oportunidades suficientes para que las autoridades responsables por la sobrevivencia de los yanomami adoptaran las medidas necesarias para la protección de los indígenas, demarcando sus tierras –una demanda que comenzó en 1968[28]– y vacunando a su población. Al contrario, se planeó fragmentar las tierras y los agentes de salud fueron expulsados. A partir de enero de 1990, la situación de salud de los yanomami llegó a un punto tan crítico que atrajo la atención internacional, forzando al gobierno brasilero a crear con urgencia un programa sanitario.

En las regiones de Paapiú y Surucucus, donde la incidencia de malaria era prácticamente nula antes de la invasión, algunas comunidades llegaron a presentar 91% de sus habitantes infectados, la mayor parte por Plasmodium falciparum, la forma más severa de malaria. «En el Paapiú, 43% de las personas recensadas perdieron de uno a siete parientes directos (padres, hijos o hermanos) entre 1987 y 1989, siendo que el 13% de los niños hasta los 14 años perdieron el padre y/o la madre durante el mismo período»[29]

Que poblaciones «de suelo virgen», como los yanomami, sucumban fácilmente a las primeras epidemias ya no es un hecho desconocido ni sorprendente. Los propios yanomami de la época de la construcción de la Perimetral Norte son testigos de lo que representa perder la mitad de sus parientes por el sarampión y tener que convivir con el miedo a nuevas infestaciones. Como al final del siglo XX no sería políticamente correcto exterminar esas poblaciones indígenas por la fuerza, el camino más barato, práctico y «limpio» fue el de crear condiciones para que ataques epidemiológicos desempeñaran la tarea de hacer desaparecer a los indígenas de las regiones que están en la mira de la conquista.

Epílogo 

El caso yanomami logró congregar en una misma arena política un número insólito e inesperado de personajes discordantes con posturas e intereses de los más antagónicos, o sea: el capital salvaje de los empresarios del oro,[30] las masas arruinadas de peones desenraizados, los indios yanomami y su multiplicidad interna, el gobierno local a favor abiertamente de ese tipo de extracción de oro, el gobierno federal oscilando entre atender los intereses privados y mantener una imagen de democracia, el poder judicial local al servicio de los poderes económicos y el poder judicial federal al servicio del estado de derecho.

La reacción de la opinión pública generó un pimpón de decisiones y contra-decisiones, un día a favor de los indígenas, otro a favor de los garimpeiros, llenando los noticieros con imágenes dramáticas de indios al borde de la muerte y de garimpeiros desesperados cometiendo actos violentos, como el intento de incendiar la casa del obispo en el centro de Boa Vista. Cerca de un millón y medio de dólares fue liberado para algo que nunca ocurrió en el gobierno de José Sarney, o sea, la expulsión de los garimpeiros. Fue a partir de 1990, en el gobierno de Fernando Collor de Mello, cuando se empezó a detonar las pistas clandestinas y a echar a los invasores. Por fin, en 1991, el gobierno federal demarcó las tierras Yanomami después de casi un cuarto de siglo de intentos frustrados.[31]

La demarcación, sin embargo, no detuvo las invasiones. Mientras la opinión pública se daba por satisfecha, o frustrada, con la demarcación oficial, nuevos contingentes de garimpeiros refluían a los yacimientos abandonados. Durante el año de 1992 y el inicio de 1993, la FUNAI calculaba en once mil el número de garimpeiros en actividad en el área Yanomami. Se deflagró una nueva operación para evacuar a los invasores y, en agosto de 1993, el número cayó a cerca de 600 mineros, concentrados en algunas áreas específicas, buena parte en el lado venezolano de la frontera. Fue en uno de esos reductos de garimpeiros en tierras venezolanas que, a mediados de 1993, garimpeiros de Brasil concibieron el plan de asesinar a los 85 habitantes de la aldea de Haximú, y que resultó en los actos de crueldad que caracterizaron la masacre de 16 yanomami, la mayoría niños y mujeres.[32]

No está de más concluir que, al dejar ocurrir la invasión ilegal de las tierras Yanomami en la forma de una fulminante fiebre del oro, los responsables por ese consentimiento contaron con la eficacia de los agentes patógenos como herramienta para alcanzar de manera más rápida el mayor grado de contaminación posible. La malaria, así, estuvo al servicio de la creación de supuestos vacíos demográficos que, hasta ahora, por la fuerza del choque dialéctico entre la conquista y la defensa de los pueblos indígenas,[33] no ha sido más que una figura retórica de aquellos que proponen la expropiación de las tierras Yanomami.

Restaría, no obstante, un pequeño contratiempo: como en la fábula del aprendiz de brujo, aparece la incómoda pregunta de cómo controlar el avance de la malaria para evitar que el tiro salga por la culata, ya que la enfermedad, al no obedecer las líneas de demarcación que separan indígenas de no indígenas, ataca a griegos y troyanos indiscriminadamente, pues la parasitología tiene razones que la codicia de los blancos no alcanza. Es sabido que no fueron pocos los garimpeiros (aunque el número no fue nunca adecuadamente estimado) que murieron en el monte, podridos por la malaria, despojados de recursos, debido al sistema de expolio del trabajo en los yacimientos, en total indigencia y anonimato. En la guerra epidemiológica no declarada a los yanomami, los peones garimpeiros no pasaron de carne de cañón, de meros coadyuvantes de una pieza en que los actores principales actuaron como que en un teatro de sombras, escondidos atrás de una cortina de desarrollo que deja traslucir una situación que, al final, acaba trayendo al país más problemas que soluciones, como son, por ejemplo, el contrabando de oro por los empresarios y garimpeiros, la sospecha y, frecuentemente, certeza de que estas actividades están encubriendo al narcotráfico, el aumento de la criminalidad dentro de los campamentos y en las áreas urbanas, y el espantoso aumento de la incidencia de SIDA en Roraima[34]. Aparentemente, tan difícil de erradicar como ese virus es el constante flujo y reflujo de garimpeiros en tierras Yanomami. Ese movimiento ininterrumpido no se debe apenas al impulso de las masas desprovistas que ven en la minería su olla de oro al final del arcoíris.[35] Como afirma Davi Kopenawa Yanomami:

"Quien realmente está invadiendo nuestra selva son las personas que tienen dinero, los políticos… Los garimpeiros no tienen dinero para comprar víveres, no tienen aviones, no tienen dinero para comprar combustible. Entonces quien está realmente invadiéndonos... es el proyecto Calha Norte y los empresarios de Brasil y de otros países… Esas personas importantes tienen dinero para pagar las invasiones de los garimpeiros."[36]

O sea, vemos de nuevo en acción al reducto de políticos, militares y empresarios, los sempiternos personajes claves de la conquista de los pueblos indígenas.

Y el drama yanomami continúa. Las últimas noticias que nos llegan del área registran un aumento significativo de garimpeiros en varias regiones de la Tierra Indígena Yanomami. Resultados de investigaciones médicas indican una alta incidencia de contaminación por mercurio, especialmente en las comunidades Aracacá, Waikás y Paapiú, donde la actividad minera está más concentrada. Los índices de contaminación varían de 6% a 92%. Después del sarampión, la malaria y otras pestes, verdaderos agentes de erradicación que todavía actúan, llega ahora la amenaza del mercurio, el cual, al entrar en la cadena productiva, afecta a todo el sistema nervioso, principalmente, al central. «La contaminación por mercurio en el cuerpo puede causar problemas neurológicos, neuromotores y sistémicos», aclara una investigadora de la Fundación Oswaldo Cruz  en 2016. Poco a poco, se van destrozando más vidas yanomami. Interrogadas sobre posibles acciones contra esta nueva ola de invasión de garimpeiros, la Policía Federal, a quien compete retirar a los garimpeiros, y la Fundación Nacional del Indio, a quien incumbe cumplir con la defensa de los derechos indígenas, responden con un impenetrable silencio.

[1] Sobre la ocupación de la Amazonía antes y después de la conquista europea, ver Denevan, «The aboriginal population of Amazonia»; Denevan, Cultivated Landscapes of Native Amazonia and the Andes; Gonçalves, Acre. História e Etnologia; Hemming, Red Gold. The Conquest of the Brazilian Indian; Meggers, Amazonia. Man and Culture in a Counterfeit Paradise; Moreira, Indios da Amazônia. De Maioria a Minoria (1750-1850); Porro, As Crônicas do Rio Amazonas; Ribeiro, Os Indios e a Civilização.

[2] Sobre arqueología de la Amazonía brasilera, ver, por ejemplo, Heckenberger, The Ecology of Power: Culture, place, and personhood in the Southern Amazon, A.D. 1000-2000; Cabral y Saldanha, «Paisagens megalíticas na costa norte do Amapá»; Hornborg y Hill, Ethnicity. Reconstructing past identities from Archaeology, Linguistics, and Ethnohistory; Neves, «Changing perspectives in Amazonian archaeology»; Neves, Arqueologia da Amazônia; Neves, «Sob os Tempos do Equinócio: Oito mil anos de história na Amazônia Central (6.500 AC – 1.500 DC)»; Saldanha y Cabral, «A longa história indígena na costa norte do Amapá»; Schaan, Sacred Geographies of Ancient Amazonia. Historical ecology of social complexity; Schaan, «Arqueologia para etnólogos: Colaborações entre arqueologia e antropologia na Amazônia»; Tamanha y Neves, «800 anos de ocupação da Tradição Polícroma da Amazônia: Um panorama histórico no Baixo Rio Solimões».

[3] En el censo de 2010, el Instituto Brasilero de Geografía y Estadística estimó que la población indígena del Brasil es de casi 900 mil personas, o sea, apenas 0,4% de la población del país.

[4]Albert K. Weinberg, Manifest Destiny (Chicago: Quadrangle Paperbacks, [1935] 1963).

[5] Claudia Briones y Walter Delrio, «The "Conquest of the Desert" as a trope and enactment of Argentina's manifest destiny», en Manifest Destinies and Indigenous Peoples, compilado por David Maybury-Lewis, Theodore Macdonald y Bion Maybury-Lewis (Cambridge, Mass: The David Rockefeller Center Series on Latin American Studies, Harvard University Press). Ver Maybury-Lewis, Macdonald y Maybury-Lewis, Manifest Destinies and Indigenous Peoples (Cambridge, Mass.: The David Rockefeller Center Series on Latin American Studies, Harvard University Press).

[6] Esta expresión ha sido utilizada en las últimas cuatro décadas por diversos representantes del estado brasilero con  referencia a los indios Yanomami. Por ejemplo, el gobernador del estado de Roraima, en 1975, afirmó que «un área como aquella no puede darse el lujo de tener a media docena de indios estorbando al desarrollo». Kenneth I. Taylor, «Development against the Yanoama. The case of mining and agriculture», IWGIA Document 37 (1979), 43-98.

[7]Alcida Rita Ramos, «Amazônia: a estratégia do desperdício», Dados 34 (1991), 443-461.

[8] Rubens Bayma Denys, Exposição de Motivos n.° 018/85 (19 de junho) (Brasília: Conselho de Segurança Nacional, 1985).

[9] Denys, Exposição de Motivos.

[10]Denys, Exposição de Motivos. Las otras tres áreas citadas en el proyecto Calha Norte son el Alto Río Negro, el este de Roraima y el Alto Solimões.

[11] Algunas citas de la prensa de 1993 atestiguan esta postura: «Más de la mitad de los diputados y senadores (51%) … cree que el área [Yanomami] debe ser reducida» (Folha de São Paulo, 30 de agosto); «Ellos [yanomami] ocupan un área de tierra equivalente a tres veces la superficie de Bélgica» (O Globo, 19 de agosto); «La disminución de las reservas es defendida por los gobiernos del Estado de la Amazonía (sic), de Roraima y de Pará y por los garimpeiros. El argumento principal es que hay mucha tierra para poco indio» (Folha de São Paulo, 4 de octubre).

[12] Daniel T Reff, Disease, Depopulation, and Culture Change in Northwestern New Spain, 1518-1764 (Salt Lake City: University of Utah Press, 19991), 100; ver Alfred W. Crosby, «Conquistador y pestilencia. The first New World pandemic and the fall of the Great Indian Empires», The Hispanic American Historical Review 47, n.o 3 (1967): 321-337

[13] Según las leyes brasileras están prohibidas las actividades de minería de aluvión en tierras indígenas por parte de no indígenas.

[14] Alcida Rita Ramos, Sanumá Memories. Yanomami ethnography in times of crisis (Madison: University of Wisconsin Press, 1995), 277

[15] Expresión utilizada en el informe del entonces secretario general del Ministerio de Justicia después de una visita sorpresa al Paapiú a finales de 1988.

[16] Durante el ápice de la invasión garimpeira, el aeropuerto de la pequeña ciudad de Boa Vista, en los confines de la Amazonía brasilera, llegó a ser el tercero del país en movimiento de aeronaves.

[17] Con los cambios políticos en el país, a comienzos de la década de los noventa, no se concretizaron ni Meridiano 62 ni las regalías. Desde entonces, los numerosos intentos por expulsar a los garimpeiros de la tierra Yanomami nunca tuvieron un éxito total.

[18] CEDI, Empresas de Mineração e Terras Indígenas na Amazônia (São Paulo: Centro Ecumênico de Documentação e Informação/ Coordenação Nacional dos Geólogos, 1987); Ramos, Sanumá Memories, 275.

[19] Ver declaraciones de militares de alto rango al periódico Folha de São Paulo el 7 de septiembre y el 3 de octubre de 1993.

[20] Julio Gaiger, Direitos Indígenas na Constituição Brasileira de 1988 (Brasília: CIMI, 1989); Carlos Marés de Souza, O Renascer dos Povos Indígenas para o Direito (Curitiba: Juruá Editora, 1998)

[21] Ivone Menegola y Alcida Rita Ramos, Primeiro Relatório do Distrito Sanitário Yanomami (Brasília: Fundação Nacional de Saúde, 1991), 73.

[22] Nelly Arvelo-Jimenez, Relaciones Políticas en una Sociedad Tribal (México: Instituto Indigenista Interamericano, 1974); Alcida Rita Ramos, Hierarquia e Simbiose (São Paulo: Hucitec, 1980).  

[23] Alcida Rita Ramos, «Yanoama Indians in Northern Brazil threatened by highway», IWGIA Document 37 (1979), 1-42.

[24] Taylor, «Development against the Yanoama».

[25] Taylor, «Development against the Yanoama».

[26] Taylor, «Development against the Yanoama»

[27] CCPY, Mineração: o esbulho das terras Yanomami (São Paulo: CCPY, 1989), 18;  Ramos, Sanumá Memories, 275-277.

[28] IWGIA, Yanoama in Brazil 1979 (Copenhague: IWGIA, 1979)

[29] Ação pela Cidadania, Yanomami: A Todos os Povos do Mundo (Brasília: CCPY/CEDI/CIMI/NDI, 1990), 32; ver Menegola y Ramos, Primeiro Relatório do Distrito; Alcida Rita Ramos, O papel político das epidemias (Brasília: Departamento de Antropologia, Universidade de Brasília, 19936).

[30] Alcida Rita Ramos, «A profecia de um boato. Matando por ouro na área Yanomami», Anuário Antropológico 95 (1996), 121-150

[31] IWGIA, Yanoama in Brazil 1979, 113-115; Ramos, Sanumá Memories, 286-289.

[32] Davi Kopenawa y Bruce Albert, The Falling Sky. Words of a Yanomami Shaman (Cambridge, Mass.: The Belknap of Harvard University Press, 2013), 476-487; Ramos, Sanumá Memories, 282-286

[33] Alcida Rita Ramos, «Indigenismo de resultados». Revista Tempo Brasileiro 100 (1990):133-149

[34] En el auge de la fiebre del oro, entre 1989 y 1990, Boa Vista era la tercera ciudad del Brasil en número de personas contaminadas con VIH.

[35] MacMillan, At the End of the Rainbow. Gold, land and people in the Brazilian Amazon (Londres: Earthscan, 1995).

[36] Davi Kopenawa, «Davi Kopenawa na Conferência do Meio Ambiente Rio-92 (junho de 1992»). Urihi 16 (1992), 18-40, 39.

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