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Romper con la adicción al oro: moratorias mineras en América Larita

Eduardo Gudynas *

*Analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), Montevideo. El presente texto está basado en ideas adelantadas en un artículo publicado en ALAI, 10 de mayo de 2014. Twitter: @EGudynas http://accionyreaccion.com/

 

La minería de oro se ha convertido en un flagelo que azota muchos países de América Latina. En algunos sitios operan unas pocas transnacionales gigantes; en otros, se agolpan cientos o miles de personas hurgando en los ríos de las selvas o en las entrañas de las montañas por unos gramos de oro. Uno u otro extremo están inmersos en muy graves impactos sociales y ambientales, ambos alimentan relaciones comerciales que poco y nada tienen de productivas, y muchos más de especulación y ostentación.

Los impactos de la obsesión con el oro 

Mucho se ha insistido en que nos encontramos frente a dos tipos muy distintos de la minería del oro. La megaminería formal de oro está en manos, casi siempre, de grandes corporaciones. Estas insisten en que cuentan con tecnologías de punta que evitarían accidentes o impactos y, a la vez, que, junto a los gobiernos y unos cuantos actores sociales, proclaman que su actividad contribuye al crecimiento económico, la generación de empleo y los flujos exportadores.

 

En cambio, la minería informal o ilegal de oro descansa en una multitud de personas que la adelantan en muchos ríos tropicales, así como en laderas de las sierras andinas. Su actividad está asociada a la deforestación y la contaminación con mercurio de los ríos, la pobreza y la violencia, las redes de comercio ilegal y la corrupción.

 

En realidad, las dos prácticas son igualmente terribles. En la gran minería del oro se generan toda clase de impactos territoriales y ambientales, y las repetidas promesas de excelencia en tecnología y gestión se han derrumbado. Pascua Lama, una gigantesca operación ubicada en las cumbres andinas compartidas entre Argentina y Chile, repetidamente prometió que sería el ejemplo de desempeño ambiental. La realidad ha sido otra y ante su mala gestión e incumplimientos, el emprendimiento ha sido multado y suspendido por la justicia chilena.

 

Es, además, una de las actividades extractivas más ineficientes que se conocen. Entre los cincuenta primeros productores globales, el promedio alcanzado es de apenas 5 gramos de oro por tonelada de rocas extraída. Para poder acumular volúmenes exportables son necesarias verdaderas «amputaciones ecológicas»: enormes minas de tajo abierto, donde se extraen millones de toneladas de rocas por año y que, a su vez, generan cadenas de cerros de residuos y desperdicios que son abandonados. Ante esa situación, a nadie le puede sorprender que sea una actividad de profundos e intensos impactos ambientales[1]

 

La pequeña minería del oro tampoco escapa a los problemas. En distintos sitios amazónicos de Colombia, Bolivia, Brasil, Ecuador y Perú son prácticas que se están hundiendo en la desolación social y ambiental. En diferentes partes de la Amazonía, se ha vuelto uno de los principales factores de deforestación y pérdida de biodiversidad a lo largo de los ríos, y, asimismo, de contaminación  de aguas y suelos debido al uso desenfrenado de mercurio.

 

Un estudio reciente muestra que en las áreas mineras ubicadas dentro de bosques tropicales sudamericanos hay una pérdida estimada en 1.680 km2 de bosques entre 2001 y 2013. La mayor parte de esta deforestación ocurrió en cuatro zonas: en los bosques del Magdalena-Urabá, en la confluencia de los ríos Tapajós y Xingú, en las Guayanas y en las selvas amazónicas del sur de Perú[2] Entre tanto, desde Bolivia, el centro de investigaciones CEDIB ha encontrado que la importación de mercurio pasó de unos pocos cientos de kilos, entre 2005 y 2008, a más de 30 toneladas en 2014. No son pocas las veces que se cae en un análisis superficial donde se sostiene que esos son «pequeños» mineros artesanales. Lo que no es más que un espejismo, ya que, en una misma región, se suman desde cientos hasta miles de personas enfrascadas en estas actividades. Los impactos sociales y ambientales de cada uno de estos emprendimientos se suman y se multiplican entre sí.

 

La imagen del hombre encorvado sobre el río recogiendo arena para procesarla ya es cosa del pasado en muchos lugares. Se las han ingeniado para transportar y poner en operación enormes maquinarias de dragado en los rincones más apartados de la Amazonia. Esa sostenida expansión solo es posible porque esa minería ha terminado articulándose con los mercados formales, y su oro puede terminar, incluso, en las propias corporaciones mineras.

 

El reciente estudio comparado Las ruta del oro. Estudios de caso de cinco países amazónicos muestra coincidencias escalofriantes: en Caquetá y Amazonas, Colombia; Zamora Chinchipe, Ecuador; Rondonia, Brasil y Riberalta, Bolivia, se repiten escenarios de contaminación y violencia, pobreza y destrucción ambiental.

 

Usos y economía del oro 

 

A pesar de lo anteriormente expuesto, se insiste en defender la minería en general, y la de oro, en particular. Esos proyectos son presentados como bendiciones económicas y éxitos exportadores. Parecería que las necesidades de oro son de enorme importancia para el bienestar humano y el desarrollo, que debería justificar toda esta destrucción. ¿Esto es cierto? ¿El oro tiene usos que son indispensables para la calidad de vida de las personas o imprescindibles para alguna cadena industrial clave? Si no exportamos oro, ¿caerá alguna cadena productiva?, ¿se desplomarán las economías nacionales? Nada de eso.

 

Apenas el 10% de la demanda de oro responde a usos tecnológicos o medicinales. En cambio, todo el resto se divide entre dos usos: el de la joyería (poco más del 40%) y el financiero, manejado por inversores para acuñar monedas o guardarlo como lingotes en los depósitos de bancos centrales (también poco más del 40%). Por ejemplo, en 2012, se estimó la demanda global en 4415 toneladas,  que fueron repartidas entre la joyería (1.896 t), «inversores» (1.568 t) y compras desde los bancos centrales (544 t). Dicho de otra manera, el 90% del oro extraído en todo el planeta es para sostener usos suntuarios, el consumo exhibicionista de joyas, o la especulación y respaldo de las finanzas. Difícilmente puede decirse con seriedad que el bienestar o desarrollo global dependan de seguir con la minería en oro.

 

Una parte importante de todo el oro circulante proviene del re-uso y reciclaje. Pero la demanda es tan alta que presiona por más extractivismos mineros. Consecuentemente, en los últimos años se han sucedido récords en la extracción minera de oro: así, el 2012 alcanzó las 2.982 t en todo el planeta. El minero más grande de oro del mundo es China (donde se extrajeron más de 400 t), y recién, en el quinto puesto, aparece un país latinoamericano, Perú. China se ha convertido también en el primer consumidor de oro a nivel planetario. Sus necesidades se han cuadruplicado en la última década, y se lo usa sobre todo en joyería

 

Encontramos así que la depredación para obtener oro no alimenta ningún proceso industrial clave, ni ninguna necesidad básica, sino que está atada a las modas de la joyería global, y en especial el consumismo de familias adineradas de China y otros países, o a las necesidades de los financistas. Si América Latina dejara de proveer oro para esos fines, no ocurría ningún colapso; por el contrario, la calidad de vida de muchas comunidades en nuestro continente mejoraría mucho.

 

Preciosidades 

 

La mejor manera de describir lo que ocurre con el oro es rescatando el concepto de «preciosidades», propuesto por Immanuell Wallerstein a mediados de la década de 1970. Estos son bienes que son caros esencialmente por su valor simbólico. Quienes los poseen y exhiben ostentan riqueza y poder. Otros ejemplos de preciosidades son los diamantes, rubíes y distintas piedras preciosas, los tapados de pieles de animales exóticos o el caviar.

 

No desempeñan papeles similares a los de otras materias primas que se comercializan globalmente, como las que se destinan a los alimentos u otras necesidades de las personas, o las que son insumos para procesos industriales, como el hierro. La minería latinoamericana en oro ni siquiera es una «industria», ya que allí no ocurre ningún proceso manufacturero.

 

Esta condición afecta tanto a la minera de oro en manos corporativas, como a la minería informal e ilegal. No puede olvidarse que cualquiera de las dos sigue siendo lo mismo: extractivismo minero. Ambas tienen efectos negativos en las dimensiones sociales, ambientales y económicas, y las dos están amarradas a los mercados globales, e incluso el oro, de origen informal, siempre termina insertado en cadenas de comercio formales para poder exportarlo hacia la globalización.

 

La política detrás de la minería de oro 

 

No puede tampoco olvidarse que las responsabilidades gubernamentales promueven condiciones políticas y económicas que reproducen una y otra vez los extractivismos. Se han otorgado todo tipo de cobertura a las grandes empresas, en sus inversiones, en concederles territorios, en asegurar sus exportaciones, en otorgarles subsidios (la mayor parte de ellos encubiertos o indirectos), y han llegado incluso a defenderlas con policías o militares. También son responsables de que innumerables familias no tengan otras salidas que ganarse sus pesitos buscando pepitas de oro en plena selva, ya que el propio Estado los ha dejado desamparados, sin contar con otras opciones productivas viables.

 

Todo esto desemboca en que, una vez instaladas las corporaciones o miles de mineros, el Estado ya no los puede controlar (o no quiere). Ambos cuentan con poder político. El corporativo es más sutil, pero más firme y ampliado, opera desde las cámaras empresariales y la prensa. El de los mineros artesanales o ilegales descansa en caudillos locales, alcaldes, y hasta algunos legisladores, como se ha señalado en Perú. En Bolivia, muchos de ellos están organizados dentro de gremios y también cuentan con sus propios actores partidarios, que apoyan a los gobiernos de turno a cambio de respaldo a sus actividades.

 

Como si todo esto fuera poco, los gobiernos están protegiendo y subsidiando a las mineras formales de oro a medida que los precios internacionales caen. Mientras que la reciente expansión tuvo lugar bajo condiciones globales de altos precios y demanda, la actual coyuntura muestra una caída en el precio de ese metal. En lugar de aprovechar esta situación para desescalar la dependencia en la minería de oro, los gobiernos intentan relanzarla. Un ejemplo de ello es la reciente reforma de la ley de minería en Bolivia, la cual permite una fuerte expansión de la extracción de oro por medio de cooperativas y empresas.

 

La violencia y la ilegalidad aparecen en los dos tipos de minera de oro, aunque también de manera distinta. Las grandes corporaciones desplazan a comunidades locales, cercan sus territorios y contaminan sus suelos y aguas. La minería informal está inserta en disputas por el acceso a ríos o vetas, llegando incluso a casos donde unos comunarios invaden a otros.

 

La necesidad de una moratoria en la minería de oro 

 

Esta situación debe detenerse, y este tipo de desarrollo debe revertirse cuanto antes. Es necesario resolver el drama que significa la minería del oro y otras preciosidades, sea grande, mediana o pequeña, o esté manejada por privados, cooperativas o el propio Estado.

 

Se han intentado medidas de todo tipo. Frente a la gran minería corporativa se ha apostado por su propia responsabilidad empresarial y la supuesta tecnología de punta. Sabemos que ese camino no ha funcionado y sus potencialidades son muy reducidas.

 

Ante la pequeña minería ilegal se ha apostado por una formalización de la extracción, la asignación de zonas y cierto control sobre el uso de insumos. Eso tampoco ha tenido éxito, y es además muy costoso. Este tipo de políticas públicas tienen resultados limitados.

 

Tampoco podemos esperar años y años hasta que se instale una reducción en la apetencia por el oro en las demandas de consumo de los países industrializados y de los nuevos ricos en Asia. Nada indica que esos actores entenderán en un futuro inmediato que poco sentido tiene la ostentación de joyas, y hagan caer la demanda global. Tampoco se puede seguir aguardando por un repentino arrepentimiento entre los que animan el mundo de las finanzas.

 

Por todas estas razones son necesarias respuestas que sean radicales, en el sentido de detener los daños ambientales y el deterioro social asociado a la minería del oro. También deben ser soluciones construidas por los propios latinoamericanos, ya que ellos son los más interesados en defender su propia población y sus ambientes, y no pueden esperarse cambios globales inmediatos. Las alternativas, además, deben ser inmediatas, porque los impactos negativos se siguen sumando, su efecto acumulativo es cada vez mayor, como lo muestra el avance de la contaminación por mercurio en las aguas amazónicas.

 

Como consecuencia de todo esto, el mecanismo que se debe aplicar es evidente: América Latina debe declarar una moratoria de la minería de oro.

 

Esto implica tanto suspender nuevos emprendimientos mineros, como ir desmontando los actuales. Simultáneamente, se debe contar con un marco regulatorio regional que impida el ingreso de oro nuevo desde la minería, con lo cual el sector informal rápidamente desaparecerá. En cambio, se debe permitir y alentar el comercio basado en la reutilización y el reciclaje del oro que ya fue extraído. A su vez, el Estado debe reorientar todos los recursos financieros, humanos y políticos, que ha usado hasta el día de hoy en sostener la minería corporativa, para pasar a brindar apoyo y opciones productivas dignas a todas las familias rurales.

 

No hay que sentir temor ante la idea de una moratoria de la minería del oro. Es el paso necesario para enfrentar una situación que se ha vuelto tan dramática, que no se pueden aceptar postergaciones, si es que realmente se defiende la vida.

[1] Estos y otros impactos de los extractivismos mineros se analizan en Eduardo Gudynas, Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza (La Paz, Bolivia: CEDIB, 2015).

[2] Nora Alvarez y T. Mitchell Aide, «Goobal demand for gold is another threat for tropical forests», Environmental Research Letters 10, n.o1 (2015), http://iopscience.iop.org/article/10.1088/1748-9326/10/1/014006

Bibliografía 

 

Alvarez, Nora, y T. Mitchell Aide. «Global demand for gold is another threat for tropical forests». Environmental Research Letters 10, n.o1 (2015): http://iopscience.iop.org/article/10.1088/1748-9326/10/1/014006

 

Gudynas, Eduardo. Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza. [Lima, Perú: RedGE y CooperAcción, Lima]. La Paz, Bolivia: CEDIB, 2015.

 

Valencia, Lenin, coord. Las rutas del oro ilegal. Estudios de caso en cinco países amazónicos. Lima, Perú: SPDA, 2015.

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