Carta abierta a Ciro Guerra y a su equipo de El abrazo de la serpiente
Selnich Vivas Hurtado *
* Yofuerama Jemi (Profesor Mico Churaco, tambien conocido como Selnich Vivas Hurtado)
Me atrevo a publicar nuevamente estas líneas porque considero que el interés que ha despertado El abrazo de la serpiente, primera película colombiana nominada al Oscar, despista, como suele suceder con el mundo de la farándula, el debate que se merece. La nominación ha avivado el nacionalismo en una apuesta semejante a la que se hace en los reinados de belleza. Queremos ser lo más bellos e inteligentes del planeta, sin hacer el menor esfuerzo por entender las contradicciones y los flagelos de nuestra sociedad. Una de esas contradicciones es la que quiero presentar. La voy a llamar, de manera rimbombante, la dicotomía del conocimiento. Es decir, dividir el conocimiento en dos partes, conocimiento científico y saberes populares. Es evidente que las sociedades modernas creen que la magia, por muy buena que sea, nunca alcanzará la verdad del saber que domina la ciencia. Vuelvo a mi carta.
Estimado Ciro:
Permítame que proceda en contra del sentido común: le quiero explicar El abrazo de la serpiente. Ver una película, en estos tiempos, es un acto, incluso, mecánico. En mi caso, he visto filmes para acelerar el cansancio y caer profundo. En sentido estricto, consumo imágenes para terminar de fatigar el cuerpo y neutralizar el pensar. Para no pensar en nada y mucho menos en este paisito. Hay, quién lo creyera, sin embargo, en medio de la contaminación visual, otras películas muy recientes, también colombianas, que provocan más bien el deseo de sacudirse de uno mismo y despertar del letargo histórico en el que nos hemos acostumbrado a vivir.
A esas películas pertenece la que ustedes han producido. Podrá llegar, ojalá ocurra, a un público masivo y, tal vez, se convierta en un éxito de taquilla, pero lo no negociable de la película es su terrible invitación a formularse preguntas rasquiñosas que hacen su dar por dentro del cráneo. El tema de la película no es como se ha dicho el viaje por la selva amazónica de los dos etnógrafos, cada uno por su lado y con cuarenta años de diferencia, cada uno enfermo a su manera y en busca de una planta curativa, la yakruna. La historia tampoco se reduce al encuentro de Karamakate con Theo y Evan en dos momentos de su vida. El tema de la película es la dicotomía del conocimiento inventada por las sociedades dominantes.
En vuestra película ha habido un desplazamiento del sentido habitual que tenemos para formularnos un tema colombiano. Tal vez por el protagonismo de actores y lenguas indígenas. Era habitual que los de afuera (los académicos, los antropólogos, los lingüistas, los botánicos, los curas, los escritores y un largo etc. de jerarcas del conocimiento en el que es anodino decir los blancos) hablaran de los de adentro (los kubeos, los minika, los muinane, los magütagü, los yukuna, los karijona, los wanano y un largo etc. en el que es un irrespeto seguir diciendo indígenas). Hablar de otro es siempre un hablar mal, es decir, un hablar desde los prejuicios y las ignorancias. Los de afuera también inventaron el hablar por, el hablar en lugar de. Y esta fórmula retórica sirvió para que ellos representaran a los de adentro, pues los de adentro no eran capaces de hablar por sí mismos. Es más, los de afuera tienen la fantasía de hablar siempre del último sobreviviente de una cultura o un pueblo. La labor mesiánica no ha dejado de encantar a los civilizadores. Las formas de hablar y pensar de los de adentro no eran válidas para los de afuera, que sabían mejor que los de adentro de qué se tenía que hablar cuando de hablar de los humanos se trataba. Y eso incluía, por supuesto, en qué idioma se debía hablar.
El abrazo de la serpiente no habla de, ni por ellos; habla con ellos, les da la palabra y, al hacerlo, dignifica sus lenguas, sus formas de elaborar el pensamiento, de concebir la historia, en igualdad de condiciones frente a otras lenguas supuestamente privilegiadas para el conocimiento. Lo que, en este caso, significa concebir, parir, otra historia desde un vientre hasta ahora no legitimado. Una historia distinta en la que es posible entender y vivenciar, en cuerpo propio, que no existe una historia única y que las historias se entrecruzan por necesidad cognitiva. Toda historia única es recorte, es decir, manipulación y violencia. Yo sé dónde empieza y dónde termina, yo sé cuáles son sus hitos, que siempre van mirando hacia adelante, al progreso. En cambio, una historia en la que varias narrativas y varios tiempos se juntan para contradecirse y tensionarse es un canto de dulzura y sabiduría, que parte de un principio claro y sencillo: no hay principio único.
La primera gran conquista del proceso de humanización fue ese instante en el que pudimos hablar el idioma del otro con la misma fluidez que él hablaba nuestro idioma. No hay idiomas superiores. Entre más idiomas le aporte a mi comunicación más herramientas y garantías tendrá el anhelado proceso de humanización, la generosa compañía del diálogo. Quienes hablan varios idiomas aprenden a valorar el conocimiento del otro. El futuro de la humanidad se llama el diálogo entre culturas. No conozco otra razón más convincente para declarar el provecho del conocimiento. Poner a dialogar entre sí las culturas más disímiles, tanto las que integran las sociedades dominantes como las que todavía, por motivos políticos o prejuicios religiosos, no han ingresado al mundo científico. Este es el único camino posible para construir una experiencia real de pluralidad, respeto y convivencia que justifique el deseo inaplazable de estudiar, de viajar, de vivir. Tal convicción la aprendí navegando en una canoa por los ríos de la selva amazónica y no en los libros.
Manduka habla alemán y defiende a Theo no porque sea su sirviente sino porque ha descubierto en qué consiste la pasión de quien dibuja, colecciona, clasifica, estudia piedras, mariposas, plantas y hasta vocabularios de varias lenguas. Pero a su vez Manduka habla el kubeo del joven Karamakate, es decir, comparte con él una historia ancestral común y sabe entender sus odios y sus dolores, sus carcajadas y sus secretos, sus modos de aprendizaje: silencioso y solitario en medio de la selva. Plegado a la meditación y al sonido de la madre antes que a la lectura de libros y a la obsesión de las clasificaciones. Que Evans y el viejo Karamakate se comuniquen en minika más que en español no es una exageración de la película ni una fantasía lingüística. Es parte de la otra historia que no nos habían contado: antes de hablar lenguas europeos nosotros hablábamos lenguas americanas. Y, en varias regiones del continente americano, se habló primero el alemán que el español. Incluso, muchos alemanes se hicieron indígenas antes que los colombianos defensores de nuestro nacionalismo.
Colombia no es ni era un territorio en el que únicamente se hablaba español. La lengua hegemónica se impuso para el beneficio de un modelo económico particular, para el privilegio de una élite incapaz de hablar las lenguas de los de adentro. Mientras Karamakate y Manduka son políglotas, los colombianos ya formateados por la historia única son monolingües, es decir, incapacitados para la presencia del pensar del otro en la cabeza propia. Obligar a los otros a hablar mi lengua y solo mi lengua es el anuncio de la masacre que sobrevendrá irremediablemente. Permitir que la lengua impuesta borre las lenguas de los otros es un acto de complicidad con el etnocidio. Y a esto se han dedicado las instituciones del Estado, la iglesia, los intelectuales, las academias y hasta el arte, sin excluir al cine. Sus colegas de oficio son altamente responsables de esa simplificación del país. Que una película colombiana de hoy incluya de manera natural, con hablantes nativos, las lenguas de los otros puede ser el principio del principio. De ese principio que la historia única se ha negado a declarar: somos diferentes y solo la diferencia nos ratifica la humanidad.
No hay artificialidad ni exotismo en la película; hay ingenuidad e impulso ayaguasquero. Pero se le perdonan, pues el resultado se sobrepuso a las imprecisiones y a las tonterías del color. Cuando Karamakate dice jíibie (mambe, en minika) se refiere exactamente a lo mismo que Theo cuando dice Kompass (brújula, en alemán) o Evans cuando dice cientista (científico, en portugués). Solo que nos encontramos con epistemes distintas, modos distintos de producir y transmitir el conocimiento. Que no necesariamente tienen que ser mejores o peores. Karamakate, el joven, le aclara a Theo en kubeo que el conocimiento es para todos, el de los kubeos y el de los alemanes. A su vez, Theo explica que adoptar el conocimiento foráneo en olvido del propio es un riesgo demasiado peligroso. El Theo y el Evan de la película no son los típicos gringos que vienen a mandar en la selva. En medio de sus debilidades humanas (el obsesivo coleccionista de piezas para museos y el buscador de materias primas baratas para ganar la guerra, respectivamente) llegan a entender que los habitantes de la selva también poseen un saber científico válido, capaz, por ejemplo, de curar sus fiebres o su impotencia onírica y, por tanto, benéfico para la humanidad entera. Eso explica que hablen las lenguas de los que no son europeos, que valoren el poder de las plantas, de las que aprenderán, para el caso de Evans, a fabricar medicamentos hoy en día empleados a lo largo y ancho del planeta. Cada especie, animal o vegetal, es portadora de una parte de la memoria del planeta. Atender a esa memoria es crecer en respeto de sí mismo como especie y proteger la vida en lo sucesivo.
El abrazo de la serpiente es un principio para romper el discurso oficial dominante, del cual el director no ha logrado salir. Como ruptura inicial tiene, es obvio, algunas perlas. Esperables: los errores de traducción son numerosos. Varias expresiones del kubeo y del minika fueron interpretadas de otra manera y traducidas a la ligera sin explorar su sentido profundo. Esto es comprensible, pues estamos al comienzo de una reivindicación del otro después de más de quinientos años de desprecio. Vale la pena, sin embargo, que se corrijan estos detalles. Bene bi, por ejemplo, no es mira, sino ven a aquí. Cuestionables son los errores que siguen reproduciendo los clichés contemporáneos. Los cantos empleados como música de fondo fueron desperdiciados. Son música de fondo. Y se hubieran podido recuperar dentro de la semántica narrativa general. Uno de ellos dice: Jitoma, Jitoma biiyi. Buinaima, Buinaima biiyi. El búñua, o canto para ofrendar la bebida, seguramente adaptado de la versión de María Mulata o de algún otro divulgador de la música indígena, habla de la llegada de dos fuerzas poderosas, el dueño de las energías lumínicas y el dueño de las energías del agua. Qué bello hubiera sido que Theo (que representa la boa) y que Karamakate (que representa al jaguar, el sol), hubieran cantado su parte respectiva y que hubieran danzado para armonizar esas energías poderosas. Cuando se habla de la caapi no se debe pensar necesariamente en alucinógenos y en sus efectos psicodélicos como sucede en la película cuando se pasa al viaje y a las ridículas figuritas de colores. Caapi es limpieza interior, búsqueda del conocimiento. Asimismo, el título de la película porta más el ambiente sensacionalista y comercial que el saber ancestral. Lo mismo sucede en la versión alemana del título: Der Schamane und die Schlange. Hace rato que no hablamos de chamanes. Esas categorías exotistas impiden que la gente entienda que el que porta un conocimiento es un conocedor, un cientista. Se hubieran podido emplear los conceptos de las lenguas ancestrales. Yakruna, el nombre inventado para la flor tan ansiada y buscada, hubiera sido suficientemente enigmático y suscitador si se hubiera tomado de una lengua en particular y se hubiera averiguado su significado y sus usos. Así se hubiera dado un ejemplo del aprendizaje que tenemos ante nosotros si nos interesáramos en las lenguas indígenas. Así se hubiera llamado al mundo al desafío de estos conocimientos. Pero estos lunares son apenas observaciones en medio de celebraciones.
Por favor, no deje de volver a ver su película, pues las culturas que participan en ella no se han perdido de ninguna manera. No siga diciendo el último sobreviviente de una cultura desaparecida. No diga la selva ya no existe. Los sabedores no han olvidado la manera de preparar el jíibie y están aquí, entre nosotros, para enseñarnos todo lo que hay que desaprender y aprender de un país que se ha negado a sí mismo.